La ciudad cobra vida... gente camina, van y vienen... Mujeres poniendo mesas, sacando bolsas de verduras que ellas mismas cosechan... las llevan sobre su cabeza: cassava, yuca, plátano, tomate, aguacates gigantes, hierbas... olor a pescado, olor a gangia, calor. Más adelante en la misma calle un par de niñas ríen y caminan presurosas, como queriendo correr de la emoción.
El desfile comienza mientras yo bebo una gaseosa local y observo. Huele a Sábado, huele a fin de mes... es una pasarela exótica, que me revela corazones contentos, relajados, dignos... colores mágicos que se mezclan perfecto con una piel maravillosa, oscura, única... trenzas recién hechas, peinados increibles, rastas de todo tipo... amarillos, verdes, azules... blanco. Cuerpos exactos, fuertes de trabajo, estéticos y sensuales. Ellas caminan como si flotaran, con un porte que me hace temblar... ellos sonríen, les hablan, las miran y quisieran comerlas.
Platíco con una mujer hermosa, tal vez tenga cuarenta años tal vez cincuenta... no sé. Ella vende refrescos todos los días con su hielera aquí en esta calle peatonal del centro de Kingstown... capital del país donde hace ya más de dos meses vivo: San Vicente y las Granadinas.
Intento comprender todo lo que me dice, pues su dialecto -como ellos lo llaman- ha evolucionado del Inglés y es un tanto complicado y rápido... Me cuenta de sus fiestas decembrinas, de cómo la gente empieza a ahorrar para los regalos y cómo preparan sus corazones para celebrar y cantar con sus voces excelsas la Vida de Jesús. Jesús... En el mercado no dejan de tocar cantos cristianos... aquí la gente es fervorosa y cree... y canta... y baila.
Mi amiga me cuenta pues del día del Pescador, del día de la Independencia... me comparte sus fiestas y me pregunta sobre las nuestras.
Mientras tanto el río de gente crece... huele a pollo frito, a Rotti, a curry, a pan... huele a aceite caliente, huele a sal, huele a Caribe. Espacios pequeños que obligan a embarrarse unos con otros... en esta isla pequeña, el sentido del espacio personal es reducido, pues no hay más hacia dónde moverse.
Así pues comienza el sábado que se debe aprovechar, ya que por la tarde y hasta el lunes: todo muere. No hay transporte público, no hay tiendas abiertas, se duerme el comercio... sólo hay servicios en las iglesias y fiesta para los que prefieren fumar y beber; bailar, relajarse... luego de una semana de sudor y vaiven. El domingo es para ir a la playa; para sentarse en los porches que los ingleses heredaron con su arquitectura y para observar... para contemplar... para estar.
Yo me maravillo, sentada mientras termino mi gaseosa de limón Bitter Lemon. Me maravilla la cultura imponente, rica, única... Me dejo tocar por sus sonrisas, sus miradas relajadas, su ritmo de reggae, sus gritos, sus olores intensos, sus movimientos dignos, su caminar imponente, su herencia, su fervor, su fe y sus buenos deseos. Bless man!
Disfruto este encuentro silencioso que dura media hora y me da Vida, saboreo cada palabra de mi amiga vendedora ambulante, cada color exótico y cada actitud que logro atrapar luego del desfile extaciante de cuerpos y corazones... Disfruto el encuentro y me preparo para regresar a la otra realidad... la del mundo internacional y diverso en el que vivo... la de la academia. Donde seguramente no se conocen los secretos vicentinos que poco a poco voy descubriendo. Donde hay otros secretos y otros olores, otros ambientes y otros corazones: igual de ricos pero con otros tonos... únicos también e impredecibles.
Regreso llena de nuevas energías, llena de vibras coloridas y relajadas que me acompañan en este caminar y me recuerdan que disfruto más cuando voy a pie.