Antes de ponerme sentimental (más...) con las despedidas de la isla... quisiera rescatar algo que para mí fue una revelación y que me encanta.
Ya he hablado de comida, de costumbres, de contoneos y frases vicentinas... les he compartido mis sabores y mis experiencias con una cultura linda y bailadora... pero ahora quiero platicar sobre el cabello.
Así nada más... el cabello, pues aquí en la isla: es todo un suceso. Tal vez algunos de ustedes pensaban que la rasta es para los que no se cuidan el cabello... y sí... pero también NO.
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Acá en la isla he descubierto el arte de cuidar el cabello. Un buen amigo que ha estado en África me comentaba hace unas semanas cómo las mujeres africanas pasan horas peinándose... Pues es precisamente esa herencia africana de la que quisiera hoy escribir.
Cada mujer vicentina de cualquier edad, lleva horas de esfuerzos y estirones en su cabeza. Desde bebés empiezan a juntar sus escazos cabellitos y forman trenzas, dreads, coletas...
Ya más grandes es común verlas con trenzas de colores pegadas a la cabeza, fuscias, verdes, rojos, morados... si es víspera del Día de la Independencia... entonces azules, verdes y amarillos como la bandera. Es también típico verlas con el cabello lacio. Se pasan horas en el salón de belleza, utilizando cremas para relajar (hair relaxers) de manera que acaban por meses con sus rizos inquietos, y se pasean con un cabello negro, liso y brillante... precioso.
En todas las farmacias hay un pasillo (o más bien varios) dedicados sólo a productos del cuidado de cabello. Cremas, aceites, shampú especial para desenredar... shampú especial para enredar... Sprays para lavar en seco, ceras para las rastas, ligas, broches, peines, agujas de tejer cabello, redes de todo tipo, gorros te estambre, de nylon... Tintes, pelucas, vitaminas en forma de ampolletas, vitaminas en forma de jalea... podría seguir.
Como pueden ver, me he pasado horas leyendo y observando la infinidad de productos en el mercado para esto del arte del cabello... y es que para mí es fascinante.
Aquí quisiera detenerme y dejar algo más en claro... el cuidado del cabello no es exclusivo de las niñas y mujeres vicentinas: los hombres llevan también horas de esfuerzo.
Al igual que las mujeres, los estilos de cabello de hombre son tan variados como originales. Hay desde el tipo que desde niño le rasuran la cabeza (cada semana aproximadamente) y jamás veremos cabello en su coco. Hay aquellos que ya he mencionado, los rastas... y dentro de esta modalidad hay miles de variantes. Hay rastas originales (o bongos) que son aquellos que tienen una tremenda rasta... gruesa gruesa... hay unos que tienen sólo una... imagínen el grosor... ¡en todo el pelo una rasta! Hay otros que tienen unas cuantas de grosores distintos, y las llevan en esos gorros de estambre rojo, amarillo y verde. Otros llevan rastas hasta en la barba. Muchos se hacen trenzas pegadas a la cabeza, otros sueltas, otros una especie de resortito (divinos)... Hay niños de primaria ya con rastas, niñas de primaria ya con rastas...
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Hay ancianos que pareciera que jamás se cortaron el cabello y les llega casi al suelo. Hay rastas artísticas, delgadas y estilizadas de tal forma que se antoja tocarlas... Rastas de colores, en forma de bucles, trenzas de colores, mezclas de trenzas, coletas...
Así pues hay salones de belleza y peluquerías (donde el arte de definir las patillas, contornos y barba... es otra historia) en cada esquina de la capital. Acá en el campo encontramos bolas de mujeres en toalla, sentadas bajo un árbol, un porche o una sombra... durante horas, dando forma y vida a esas cabezas espectaculares. Es como un desfile de colores, donde todos participan y donde todos demuestran su talento.
Me quedo con el entusiasmo... me quedo con el glamour de los cabellos estirados, que significan identidad, porte y horas de estirones y ojos chinitos. Me quedo con el piropo atrevido de un artesano, luego de preguntarle sobre sus rastas (antes de empezar mi proceso, cuando preguntaba a todo mundo) "te invito a mi casa, y nos cuidamos el pelo el uno al otro...".
Yo que creía que la rasta era mi salvación, pues nunca se me dio la peinada... Descubro otra realidad, donde las apariencias engañan y donde la cabeza es el terreno de presencia, protesta, y expresión por excelencia.
Saludos peinados,
PD. Me tuve que negar, jeje, pero me sacó una sonrisa la originalidad del piropo...
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